jueves, 26 de septiembre de 2013

Monumento parasítico


El concepto del monumento tradicional no tiene mucho que ver con nuestra concepción contemporánea en cuanto a lo que el arte en el espacio publico se refiere hoy día y la necesidad que atiende en la actualidad. Estas estatuas “eternas”, estáticas y estériles, que vagamente retratan personajes de otros tiempos sobre un imponente pedestal en medio de una plaza, irrumpen, con sus representaciones inexactas del pasado, las actividades cotidianas que concurren en el presente. Ni siquiera se relacionan al lugar donde se sitúan o a las dinámicas de los destinatarios del lugar. Estas esculturas tradicionales están aquí físicamente para quedarse y con su propiedad privada estorbarán el entorno de las futuras generaciones que jamás se identificarán con sus ideas arcaicas de perpetuarse en el tiempo y el espacio. Después de todo, son objetos privados ocupando un lugar compartido que jamás será redimido ni con las exigencias de los futuros transeúntes.



Con el deseo de la trascendencia estos personajes inanimados del pasado lograron formar parte del patrimonio que nunca decidimos y que con responsabilidad hemos heredado sin opción. No obstante, estos monumentos aún tienen mucho que enseñarnos acerca de aquellos tiempos pretéritos cuando la contemplación estética del arte se rehusaba a experimentarse más allá de lo que podíamos percibir pasivamente con la vista desde la distancia. Hoy día son monumentos invisibles que, con la garantía de tenerlos aquí para siempre, quedaron fuera de nuestro alcance, logrando en algún momento que los dejáramos de ver.


De toda esta inquietud nace la idea de un monumento parasítico que se apropia de estos espacios eternamente conquistados por la reivindicación histórica. Son monumentos flagrantes porque retratan a personajes monumentales y fijan acontecimientos monumentales en estructuras monumentales. Más evidente que estatuas sobre pedestales inmensos no se pudieran mejor definir otros objetos como monumentos, por lo que en el arte de las intervenciones urbanas figuran elementos discursivos necesarios de utilizar para argumentar acerca de la colonización de nuestro espacio público expositivo.


Con esta intervención parasítica no sólo nos apropiaríamos de la jerarquía con que esta escultura homenajea a Juan Ponce de León en medio de la plaza de San José en el Viejo San Juan, sino también devoraríamos un contexto histórico de antaño para digerirlo en nuestra noción del presente. Todo empezó sacando fuera de contexto una frase extraída de un boceto de Robert Venturi: “I AM A MONUMENT”, dice escrito en lo que el autor parece esquematizar como una valla publicitaria sobre un edificio moderno. El boceto ilustra los conceptos teóricos que reflexionan acerca de la arquitectura posmoderna, no obstante, apropiándonos solamente de la cita re-contextualizaríamos la idea del “Billboard” contemporáneo en otro pretexto arquitectónico.


Sabíamos que la chiringa debía ser grande en proporción a la estatua y blanca como el pedestal mismo donde se ancla; sobre todo, para reafirmar la presencia colonizadora del monumento que ya no quiere seguir siendo ignorado. La cruz roja que se extiende en la cola de la chiringa arrastra con el bagaje histórico del mundo occidental colonizador. En este contexto Juan Ponce de León no sólo reclama su protagonismo público como conquistador de su entorno, sino también navega con la vela en sus manos, como si colonizara el territorio urbano siendo él mismo su propio galeón.


La escultura de Juan Ponce de León no necesitó manipularse de ninguna manera permanente para que pudiera portar la chiringa en sus manos temporeramente. Luego de la actividad se removería el objeto interventor sin dejar rastro físico en el monumento. Todo estuvo puesto superficialmente y nada era pesado. La chiringa, cuyo peso liviano no excedía ni tan siquiera el peso de 4 palomas juntas, estuvo lejos del alcance de cualquier espectador que intentara tocarla. No queríamos que fuese un pieza interactiva con el público, porque, al igual que cualquier otro monumento sobre un pedestal, esta quedaría inaccesible a su audiencia.


La obra hablaba del volar con jerarquía por encima de sus espectadores en la forma de una idea intocable. Los materiales que utilizamos para su construcción fueron hilos para coser, soga de mimbre para amarar, caña seca para estructurar el esqueleto y un lienzo pintado de blanco con un texto escrito para exponer el mensaje. Todo quedó amarrado superficialmente con un solo nudo fácil de remover. La idea no pretendía provocar en los espectadores ningún otro comportamiento más que el de la contemplación a la distancia. De esa precisa distancia y lejanía inalcanzable se trata el discurso de esta obra parasítica, con su cita en alto: “I AM A MONUMENT”.

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