El 10 de octubre del 2010 se inauguró Arte para todos en Sevilla, España como la exposición al aire libre más grande de Europa, según la prensa. El proyecto se trató de una intervención social que pretendía rehabilitar un antiguo barrio obrero de Sevilla para optimar su imagen en un estatuto cultural más elevado. Convocaron a más de 40 artistas de diferentes países, tanto muralistas como escultores, todos trabajando juntos para brindarle, a la comunidad del barrio, una experiencia pública de expresión artística. Esta gestión cultural mejor dirigía su empeño hacia una audiencia más amplia de personas que, en su mayoría, no frecuentan museos, ni galerías o cualquier forma de sala expositiva. Entre tantos artistas internacionales que participaron del evento, colaboramos con Cristina Salas Gerritsen para la realización de un mural en el polígono de San Pablo.
Mientras paseábamos por el barrio descubrimos un edificio gris plagado de grietas, huecos, cables, postes de luz, tubos, conductos de gas y aires condicionados que componían figuras desordenadas ante el panorama urbano de la calle. Los tres quedaríamos inmediatamente cautivados con las posibilidades pictóricas que su apariencia ofrecía. En el mismo eclecticismo irracional de sus múltiples ventanas se exhibían tiestos llenos de flores y se tendía ropa colorida secándose al aire libre. Según la disposición al azar de todos estos objetos distintos, característicos del muro que decidimos intervenir, nos guiamos para transfigurar en visible lo que aparentaba ilusorio. Comenzamos manejando los recursos arquitectónicos de la propia estructura como referencias que designan las pertinencias y especificidades del edificio; cada elemento de la fachada convirtiéndose en parte integral de nuestro diseño pictórico y figurándose en personajes fantásticos que absurdamente recorrían por la superficie del edificio. De manera automática continuamos líneas orgánicas a lo largo de la pared, adaptando la coherencia de un discurso visual entre los objetos geométricos de la estructura y la soltura improvisada de nuestros trazos. Los habitantes del edificio también nos sugerían ideas interesantes durante el proceso, como las de retratar a un perro blanco, ponerle puntos a una falda o germinarle plantas con flores a las ventanas.
Nunca quisimos regirnos por un boceto predeterminado, ya que preferíamos descubrir la idiosincrasia misma del soporte mediante la creación del mural. De algún modo deseábamos traspasar esos espacios cúbicos e individuales que conforman nuestras residencias privadas y que limitan el contacto directo que tenemos con los demás. La acción pública de ejecutar el mural se transformaría en la fantasía misma de una interacción comunitaria, donde el dibujo se plasmaría para anhelar un deseo de solidaridad, sobre todo ocurriendo de ventana a ventana y de vecino a vecino. Y es que, vivimos en el interior de un mundo cúbico cuya dimensión privada se ha construido para conformar nuestros espacios personales según las exigencias individuales. Nacemos, incubados, uno del otro, aprendiendo a navegar en un recinto intrínseco, como “claustronautas” refugiados dentro de nuestros propios escondites íntimos. Transitamos por pasillos geométricos con pisos cuadriculados, pisamos escalones y habitamos salas cuadriformes que se acceden mediante puertas rectangulares. Trancamos el pestillo de las aperturas que enmarcan nuestras ventanas cuadradas, hasta escondernos dentro de nuestros cuartos cerrados. Todo el gran enigma de nuestra privacidad, lo sabemos guardar dentro del baño cerrado, el armario bajo llave, la gaveta secreta y la caja fuerte. Al final todo se oculta tras el muro, y bajo su escudo se reprime nuestra relación inmediata con la realidad del mundo externo. No obstante, los murales en las fachadas todavía tienen la capacidad de plasmar transparencia en la coraza misma de las viviendas, a veces haciendo público el ideario de aquellos individuos que por dentro habitan en las fantasías secretas de sus rincones más privados.
Entendemos nuestra propuesta artística como una forma de intervención social y de identificación cultural con el colectivo, así procurando entablar un diálogo recíproco de expresión pública que interactúa con las personas que frecuentan y residen en la zona. Nuestra ejecución técnica siempre mantuvo una relación inmediata con la arquitectura y la infraestructura del espacio elegido, incluso, tomado en consideración hasta las peticiones personales de los espectadores que se atrevían a estimular su imaginación mediante el proceso. Toda la experiencia se plasmó en el mural con la vivencia compartida de nuestra contribución al barrio, retratando la solidaria compenetración social del arte en la comunidad.
queridos compartidos:
ResponderEliminaren estas semanas miraba vuestro enlace esperando una nueva entrada del maravilloso cosmos que vais tejiendo. he vuelto a disfrutar con este "salvamento arquitectónico". con total impunidad arquitectos y constructores torturan a las ciudades y a los ciudadanos edificando horrores que llaman casas, y condenando a una mirada deprimida y humillada de los que habitan determinados barrios. Creo yo que ese tipo de edificación busca condicionar mentalmente a la gente que allí va a vivir, pasear, trabajar, proponer. por eso creo que la belleza es tan necesaria para crear un nuevo horizonte. me encanta pues, ese rescate, y esa vida y colorines que le ha salido al cemento. un abrazo y hasta pronto. eva.