viernes, 23 de abril de 2010

Sanes


Interviniendo en la costa sur de Vieques, sentimos evocar la memoria de un acontecimiento pretérito ocurrido en el territorio, puesto que a veces la tierra parece resucitar su historia con las manos de quienes hurgan en su materia. No sería hasta varios días después de realizar el proyecto, cuando por fin descubriríamos lo que intuitivamente manifestábamos bajo su contexto. La moción nostálgica de la muerte, entretejida con el anhelo íntimo de la recuperación, conmovería significantemente nuestro ímpetu creativo en la retentiva de los eventos del pasado.


Todo sucede durante la tarde de un diecinueve de abril, mientras reordenábamos trozos de corales muertos en la figuración antropomórfica de un cuerpo yaciente. Aún ni nos percatábamos de que, exactamente once años antes, había fallecido un joven puertorriqueño llamado David Sanes Rodríguez, debido a un erróneo bombardeo que estalló sobre el puesto de observación donde trabajaba como guardia de seguridad para la Marina Militar de los Estados Unidos en Vieques. Resulta que, por más de sesenta años, la Marina ocupó tres cuartas partes de la isla, restringiendo la mayor parte del terreno para la práctica de sus estrategias militares. El impacto medio ambiental, la amenaza contra la salud de los habitantes, más la contaminación radiactiva del territorio causado por los insidiosos bombardeos, no sólo incurrirían consecuencias drásticas en el ecosistema, sino también incitarían las resistencias del pueblo contra la estadía de la Marina en la isla; no obstante, el detónate que recrudecería las protestas de los manifestantes hacia la victoria, sería infundido por el incidente desafortunado del propio Sanes.


Al momento ni cabía la mínima duda de que aquellos corales muertos a la orilla de la playa figuraban una víctima interfecta de los tantos ejercicios bélicos practicados en el área. Quisimos aprovechar estos recursos marinos inertes como materia de construcción para conmemorar el anhelo de una resurgencia evolutiva favorecida frente al paso del tiempo. La instalación bajo el agua debía emerger su aura de mártir progresivamente sobre la superficie del mar mientras secara la marea, sugiriendo el levantamiento vehemente de nuestra empatía humana. Durante la construcción del diseño revelamos nuestras manos poseídas por la motivación involuntaria del propio territorio; parecía el sol contagiarnos de intrepidez durante el proceso creativo. Según la marea secaba, el cuerpo del difunto germinaba en la resurrección petrificada de nuestra memoria colectiva. Toda la voluntad del paraje la percibíamos nutriéndose de escarmiento por la peripecia delictiva del pasado, pero en la nueva insurgencia de la vida sucedía lo contrario; casi una fantasía paradisiaca recuperaba la esperanza optimista de por fin alcanzar las promesas de su futuro saludable.

1 comentario:

  1. Tus intervenciones son inspiradoras. Felicitaciones por esa simplicidad noqueadora.

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