Para llevar a cabo este proyecto en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), nos valimos de una estrategia guerrilla, así evadiendo el procedimiento agobiante de los permisos y las aprobaciones burocráticas. La idea surge algunos meses antes de su instalación clandestina en los urinales del museo, cuando encontramos cuatro melocotones artificiales desperdiciados en la basura de un bazar chino cercano. Al instante, decidimos reciclarlos para aprovecharlos como soportes metafóricos de un posible camuflaje pictórico. Resulta que la fruta, originaria de China, arrastra una creencia tradicional basada en la superstición de ser el alimento consumido por los inmortales, debido a la supuesta virtud mística de conferirle longevidad a aquellos que lo comieran, sin embargo, también queríamos convertir el símbolo de la vida sempiterna en un fruto prohibido; uno que occidentalmente también repercutiera en la idea del pecado como conocimiento reprimido.
Cada fruta pintada fue colocada en un urinal diferente y acompañada de su respectiva etiqueta. Su información se mostraba de manera organizada en fichas idénticas a las que suelen presentar los museos en sus salas: autor, título, medio, medidas y colección, serían los datos pertinentes para conformar el registro de las obras; cada una traducida al valenciano, al castellano y al inglés, mas con el mismo formato y la tipografía característica. Nuestra intención procuraba desorientar la noción del espectador en relación a lo que considera una sala expositiva o parte de la colección permanente; indiscretamente deseábamos cuestionar los asuntos curatoriales de estas instituciones museística, sobre todo revelando la fisura entre lo que entendemos como espacios públicos o privados. También queríamos satirizar la manera acostumbrada de experimentar el arte, pero sin provocar consecuencias negativas en el establecimiento; más bien pretendíamos incitar sólo preguntas que pudieran dislocar el protocolo del status quo, señalando que en los baños es donde único los destinatarios pueden interactuar íntimamente dentro del museo. Nos interesaba la paradoja de meditar este espacio público también como un lugar de privacidad, por lo que decidimos reivindicarlo de manera creativa, interviniendo en él sin incurrir en el acto vandálico de una transformación permanente. ¿Si en este lugar se nos permite hacer nuestras necesidades biológicas, por qué no aprovecharlo de una vez para el asunto de nuestras necesidades creativas?
Las referencias debían de ser oportunas para guardar coherencia en el ámbito erudito, sofisticado e intelectual del establecimiento. Temas acerca del “readymade” duchampiano, el primitivismo de Man Ray, la gestualidad viril en el “driping” de Jackson Pollock, las pinturas de orines de Warhol, los poemas objeto de Joan Brossa y las estrategias guerrillas de Bansky en los museos, sin duda alguna, nos valdrían de base firme para la elaboración conceptual de esta intervención. Por supuesto que la tradición del bodegón también estaría implícita en el tema de la obra, representando para nosotros el gran simulacro doméstico de la belleza natural, que en todos los tiempos, ha fijado su objetivo decorativo en el coleccionismo del arte. Sabíamos que el primer fruto debía tener tres hojas, el segundo dos, el tercero solamente una y el último, ninguna; pues la obra, llamándose artefacto por la ambigüedad de su significado, también debía sugerir el conteo de su fulminante exposición en el instituto. De manera que, la artificialidad impotente de su estallido, significaría la falsa naturaleza muerta del arte, como un atentado contra el estatuto exclusivista del museo.
me alegra ver la obra hecha!
ResponderEliminarfelicidades. ya me contarás con detalle.
lara.