viernes, 15 de mayo de 2009

Aparato


Para la ejecución de este proyecto supimos valernos solamente de aquello que la naturaleza ofrecía en el propio emplazamiento. Comenzamos reordenando y reubicando una selección de rocas encontradas en el monte de Cereza. Los hongos y los líquenes que revestían estas piedras, nos suplieron con el color y la textura que aprovecharíamos para conformar el diseño pictórico empleado sobre la obra; en cierto modo, su camuflaje distintivo indicaría también el trazo que debíamos ejecutar. Empezamos a dibujar utilizando terrones y trozos de madera quemada encontrados en el lugar. El terrón nos permitió emplear un color rojizo que contrastaba con el verde del follaje circundante, mientras que el trazo del carbón evidenciaba el incidente de un fuego forestal ya acontecido.



Nuestra motivación era ahora el artificio de una señal materializada: afirmaba temporalmente un punto de encuentro en la contemplación espiritual de nuestra presencia circunscrita en el paisaje. Dentro del bosque, y en el tope de la montaña, disimuladamente quedaba rotulada nuestra comunión con el entorno. A lo largo de la primavera las plantas brotaron florecidas entre las rocas intercaladas recuperando los materiales que tomamos prestados. El tiempo garantizaba la evolución de aquel gesto efímero. Finalmente la naturaleza alteraría nuestra creación, de la misma manera en que nosotros alguna vez la habíamos antropizado a ella.

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