miércoles, 1 de abril de 2009

Centro adentro


Encontrar raíz auténtica en la profundidad imaginaria de una tierra confinada requiere intrepidez sicológica durante el proceso creativo. La habilidad de sujetarse a ella en busca de un acontecimiento es pura inventiva. Esta práctica de sumersión quimérica en el abismo insondable de la psique, inicia con el enfrentamiento de una transformación existencial, desde el exterior al interior de la tierra.

Días antes de ejecutar la intervención “Centro adentro”, experimentamos la rotonda de Luis Blanes, en la UPV, como una pecera anónima dentro del tránsito universitario. Distinguimos su propósito interior frívolamente decorativo. Este espacio ausente se había determinado como un contenedor de plantas reprimidas artificialmente de su naturaleza instintiva. El lugar pasajero, más bien parecía una jaula de vegetación sin espectadores. Tal sensación de culpabilidad nos enroscó en un espiral movimiento caracol, desde el tronco de un árbol hacia dentro, quebrando zigzagueantemente la superficie de la tierra hasta soterrar en ella la vergüenza ajena.

Recapacitamos pensando en cómo nunca se compenetran estos espacios al viaje que realizamos a sus alrededores; apenas percibimos con nuestras furtivas miradas ligeras lo que contienen cercado adentro, siempre ajeno a nuestro interés lugareño. Por tal razón las rotondas nunca nos habían incitado antes un proyecto, puesto que siempre habíamos concebido estos lugares como pedestales ya trabajados por otros. Sin embargo, en esta rotonda particularmente sí encontrábamos nuestro compromiso. Debíamos invadirla; necesitábamos resolver el fracaso de un perpetrado intento por descubrirnos anteriormente en ella.

De camino a la rotonda pelábamos naranjos para comer. Inmediatamente, su estridente color nos advirtió acerca de lo que nos tratábamos en el instante, incitándonos a guardar las cáscaras para con ellas fijar un objetivo en el emplazamiento. Queríamos recrear la enigmática sensación que nos había provocado ese espacio vacuo cuando lo conocimos. Al introducirnos en la rotonda percibimos la sensación de brotar de un hoyo profundo. Con un trozo de barro húmedo adherimos una línea trazada de piedritas sobre la superficie rugosa de un árbol allí presente. Este recorrido conformado de diminutas piedras blancas, acontecía la trayectoria de un vínculo con nuestro origen hasta el centro.

Cada vez que expedimos hondo, hacia el umbral de nuestra identidad, entramos dentro de un sumidero obscuro de conocimiento. Asomarnos en él implica arriesgar la cordura en las contingencias que inducen las fantasías personales. La única alternativa para desafiar el miedo de regresar a la cueva de la incertidumbre es quimérica, mas requiere el comportamiento de un domador; nos convierte en lo que no podemos conocer de nosotros mismos.

Nuestra intención es tragarnos en la metáfora del tiempo para ocupar la trayectoria evolutiva de su desplazamiento cambiante, justo donde habita la identidad expresiva del bagaje artístico que nos constituye. Reconocemos que esta perpetua búsqueda debe forjarse en torno a la propia creación, por consiguiente, todo lo que conformamos nos retrata como textura de un espacio indefinido. Este ámbito abstracto permite que los hechos nunca se perciban con lógica, sino con intuición. Es imposible cometer errores dentro de tal realidad, pero difícil de mantener posturas firmes.

Optamos por el árbol erecto como una carta de presentación, tanto por su viril postura vertical como también por la profunda facultad de sus raíces escondidas; puesto que reconociéndolas definimos nuestro entorno de afuera hacia adentro. En el contexto de esta composición, nuestra arbórea presencia vertical manifiesta una impresión de estabilidad. Las raíces son el ombligo umbilical que nos ata a la tierra. Nosotros sentimos que, en un retorno hacia el origen material, el arte es una forma de restablecer los vínculos de unión con el cosmos. Opinamos que un intento para entender el universo es descubrirse primero en él, y con tal premisa nos retratamos temerario ante la quimera, justo antes de tragarnos en el umbral de su peligro intrínseco; entonces el círculo anaranjado funciona como un rótulo de advertencia que nos recuerda la huella de nuestra reintegración en el medio ambiente.

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