jueves, 13 de diciembre de 2018

Cardumen


En marzo del 2016 nos hospedamos en la residencia para artistas que ofrece la Galería del Agua dirigida por Rafaél Cáceres, en Altzayaca, Tlaxcala, México. El nombre de este municipio proviene del náhuatl "Azayancan" y éste, a su vez, de la palabra "Atl" que significa Agua, así como del vocablo "Tzayani", que se traduce como Rompe y, "Can", locativo de Lugar. Quiere decir que, Altzayanca, en lengua náhuatl, traduce como "Lugar donde se rompen las aguas". No obstante, debido a la huella del impacto humano, hoy día el pueblo sufre una carencia severa del propio recurso que origina su nombre. A partir de esta problemática nace la galería, cuyo objetivo cultural enfoca su esfuerzo en el manejo sostenible del agua, exhibiendo a su vez creadores que aporten conciencia en torno al agostamiento que amenaza la población de Tlaxcala. 



Excursiones por la región nos acercaron al contexto socio-político y medioambiental de las comunidades afectadas por la sequía, pero además nos permitieron experimentar de adentro el folclor de su gente durante la época de la pascua. Altzayanca, como muchos otros lugares de México, celebra su tradición gastronómica de cuaresma con el consumo de los Charales deshidratados (pescados pequeños de lago que se atrapan en cardúmenes con atarrayas). Durante la época de la primavera, cuándo también es temporada del pez para desovar, se acostumbra pescarlo y suplirlo desecado como alimento típico en todos los mercadillos callejeros del área. No obstante, para nosotros era una paradoja ver tanto pescado seco circulando entre las calles de un pueblo donde ya no corre el agua. De por sí, esta ironía nos brindaba con el concepto que buscábamos entre los productos del mercado. Enseguida compramos 3 kilos de Charales, pero para mejor elaborar imágenes que expresaran preocupación ante la sequía de los acuíferos que han desaparecido en la región. 


Nuestra fascinación por los Charales deshidratados oscilaba entre la época de su reproducción y su inverosímil devolución al territorio mismo donde antes existieron. Se nos ocurría que el emplazamiento idóneo para esta intervención necesitaba ser la Laguna Totolcingo de Tequexquitla, ya que alguna vez fue el hábitat de este pez. Debido al desarrollo de la industria agrícola entre los estados de Puebla y Tlaxcala, el gran manto acuífero fue poco a poco secando, hasta ya no poder sustentar la biodiversidad que abastecía en la zona. Hoy, la afluencia del agua es de un metro con cinco centímetros solamente, pero según la memoria de los antepasados, tuvo tres metros de profundidad extendiéndose 18 kilómetros cuadrados. Una de las causas de mayor impacto fue la construcción de la carretera México-Veracruz en el 1957. Su trayecto partió en dos el ecosistema acuático y marcó una cicatriz irreversible que aún continúa disminuyendo considerablemente la población de las aves que se alimentaban del Charal. La grulla coronada, el pato silvestre, el chundo, el pelícano y la gaviota son algunas de las aves que siguen desplazándose en busca de su alimento. Incluso, se ha visto cómo durante los meses de enero y febrero el lago seca en su totalidad, luciendo como un desierto donde mejor proliferan cactáceas, suculentas y arbustos de terrenos áridos. Es irónico pensar como este alimento tan codiciado en esta región ahora tiene que importarse de Veracruz por la misma carretera que sesgó la vida del Lago Totolcingo. 




Adentrándonos por los terreno áridos donde antes hubo agua, lo que encontramos fue un edén de espinas, un jardín diverso de cactáceas que en ese momento nos sirvieron de soporte para suspender cardúmenes de Charales en el aire. Uno a uno fuimos hincándolos en Nopales, Biznagas, Yuccas o cualquier otras especies con espinas que encontráramos en el emplazamiento. Cada Charal lo colocábamos de manera que perteneciera visualmente a la sincronía misma de su cardumen platinado en el desierto. Toda la mañana se la dedicamos al Lago Totolcingo, documentando la intervención con la cámara fotográfica y el cuaderno de dibujo. Curiosamente llegaron algunas aves a investigar el área en busca de alimento, sobre todo ya cuando abandonábamos el lugar con nuestras imágenes capturadas. Para nosotros, reintroducir Charales deshidratados al lago seco donde una vez nadaron libremente, era la ofrenda fúnebre de un aborto medioambiental, el rito de un eterno retorno hacia la escasez de los recursos naturales y el gesto absurdo de revertir la memoria ecológica del agua, en el recipiente vacío de un territorio ocupado por el cadaver del desierto.



miércoles, 13 de septiembre de 2017

XLIII



La obra, XLIII, fue un proyecto comunitario de intervención equilibrada en el medioambiente, maximizando el uso de los recursos naturales, renovables y regenerables de la costa de Oaxaca, México, para ubicarse bajo la superficie del mar. El proyecto se ejecutó con el patrocinio de Fundación Casa Wabi durante nuestra residencia a finales del 2015. La instalación, como objeto, se depositó en el océano como ofrenda para desvanecer, pero en su proceso de producción involucró la participación de diferentes personas, fomentando así la interacción creativa entre las comunidades de la región. Este conjunto de piezas submarinas consistió de 43 esculturas biodegradables, elaboradas mediante el intercambio de conocimientos artesanales, pero en su resultado tenía como propósito conmemorar también el aniversario de los desaparecidos de Ayotzinapa.




Nuestro principal objetivo era desarrollar una obra colaborativa entre dos comunidades afro-mexicanas, El Venado y Agua Zarca, sobre todo para testimoniar la compenetración laboral que a diario sucede entre ambas. Esta situación de trabajo en colaboración, no sólo nutriría la obra con las diversas técnicas de labranza artesanal que cada comunidad conoce, sino también celebraría la relación dinámica que comprenden sus tareas simbióticas. 



Para realizar la obra, quisimos someternos al trabajo arduo que ambas comunidades conocen, tanto para ampliar nuestro conocimiento acerca del entorno, como también para entender el significado cultural que representan sus faenas en toda la región. Con la comunidad de El Venado, liderada por Nemorio Díaz González, manejamos tejidos orgánicos mediante técnicas de labranza artesanal usando la yacua seca del cogollo de la palma real, pero además construimos boyas utilizando la nuez seca del coco luego de jimarlo. Con la comunidad de Agua Zarca, liderada por Felipe de Jesús Cruz González, manejamos técnicas de labranza artesanal en terracota para producir 43 ladrillos circulares que llevarían grabado el número romano XLIII. Al final todas las piezas se instalarían juntas en el fondo del mar hasta que eventualmente deterioraran con la marea y desaparecieran con la corriente. Los materiales biodegradables fueron la propia ontología del territorio, y sus labranzas artesanales, el testimonio mnemónico de una compenetración comunitaria. Todo el proceso de creación quedó documentado como bitácora de la experiencias, fijando momentos, lugares y personas conocidas durante nuestras visitas constantes a las comunidades.


El diseño de las 43 esculturas submarinas celebraba esa relación simbiótica que existe entre las dos comunidades costeras para subsistir. Ambas se trenzan como metáfora de su reciprocidad entrelazada, sin embargo, las 43 piezas sumergidas en el mar también homenajean a cada una de las víctimas del horrendo incidente de los desaparecidos de Ayotzinapa, pues las piezas fueron construidas durante su aniversario y emplazadas el día de los muertos. Las piezas bailan juntas bajo el mar con el movimiento oscilante de las olas y ellas buscan esclarecer hacia la superficie que el peso de la tierra cocida les impide alcanzar.

lunes, 28 de agosto de 2017

Laguna de Cornelio


Durante el mes de diciembre del 2014, se nos ocurrió la idea de ejecutar un dibujo colosal en la Laguna de Cornelio, ubicada en la costa oeste de la isla de Culebra, Puerto Rico. Queríamos pensar esa intervención efímera como una inmensa acuarela paisajista, disipando su huella pasajera tras el rastro de nuestro mínimo impacto al caminar. Para perpetuar la imagen fugaz, coordinamos el proceso de documentación en colaboración con Mario Ramírez Capellá (TostFilm), ubicando cámaras fijas en el tope de la montaña más cercana. De esta manera pudimos registrar su ejecución y desvanecimiento en un "time laps" aéreo, capturado desde una perspectiva en picado sobre la laguna.


Debido a la sequía que atravesaba la isla durante aquella temporada, solo quedaban 5 pulgadas de agua cristalina sobre el babote asentado en el fondo. Encima de ese estrato blando de sedimento obscuro, permanecía un fina capa de limo verde recubriendo el fondo. Cada paso nuestro sobre el babote rompía ese recubrimiento fino y levantaba el sedimento oscuro que se ocultaba bajo el verde quieto todavía sin perturbar. Nuestros trayecto marcaban un rastro negro de sedimento que eventualmente volvía a asentarse, pero no sin antes construir figuras bajo la superficie del agua que cambiaban al instante de ejecutarse. Caminábamos en sincronía para configurar diseños fractales, alusivos a la propia vegetación del emplazamiento, la misma cuyo follaje caído y descompuesto en el agua, componía el propio recurso del cual nos valíamos para plasmar estas imágenes.  


Al finalizar el dibujo, subimos al tope de la montaña donde habíamos ubicado las cámaras, solo para observarlo desaparecer con la caída del sol. Poco a poco se ensanchaban las líneas marcadas y se diluían con el agua como pasaría en una acuarela fresca sobre un papel mojado. El color oscuro del babote se iba disipando según el sedimento se asentaba, pero también una marca entrecortada prevalecía por donde habíamos caminado. En los momentos en que el cielo se despejaba, la luz del sol lograba penetrar la superficie del agua sin reflejarse en la laguna, consiguiendo así que se alcanzara a ver con claridad ese rastro de nuestras huellas que dibujaban la imagen en el fondo. Esas pisadas pudieron haber durado aproximadamente un mes dentro del agua, pero eventualmente quedaron reabsorbidas en el limo verde del fondo, como si nadie nunca antes hubiera caminado por la Laguna de Cornelio.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Campamento Coralino


En diciembre del 2014 nos invitaron a la isla de Culebra, Puerto Rico, con el motivo de ejecutar intervenciones artísticas en el espacio público, así congregarando a la comunidad local en una experiencia cultural promovida por el festival de arte, Culebra es Ley. Gracias a la gestión curatorial de Alexis Bousquet a través de Studio 787, más la logística de la Fundación de Culebra, tuvimos el privilegio de convivir en la isla con un grupo de artistas lo suficiente tiempo como para asimilarnos dentro de su contexto sociocultural y desarrollar ideas pertinentes ante las circunstancias actuales. 


Uno de esos días que estuvimos explorando Culebra a través de la pesca, descubrimos la playa Dátiles que aún nos faltaba por conocer. En realidad andábamos con la atarraya en busca de sardinas para pescar, cuando nos percatamos en el mapa de un formación geológica en el paisaje de la isla, idónea como ensenada para la actividad de los peces que se refugian entre las costas concordantes. Sin dudas sabíamos que merecía la pena investigar esa ensenada porque prometía ser un perfecto lugar para la pesca de sardinas con atarraya.

Llegar a la playa Dátiles no fue un trayecto tan fácil como aparentaba desde el mapa, debido a que el averiado camino que le ofrece su acceso, estaba bastante deteriorado. Aunque geográficamente la playa se encuentra tan próxima al puerto, poca gente prefiere explorarla por la insegura ruta que conduce hacia ella. La gran mayoría de los turistas nunca conocen de esta ensenada por el simple hecho de que es un lugar marginado por la infraestructura turística, cuyo plan actual de comercio en la isla, solo prioriza en los destinos de interés económico para el municipio.


En aquel entonces todavía ni existía rotulación de cómo se llamaba la playa ni por dónde se accedía, pero tampoco nos quedaba de otra más que explorar el camino a la aventura de lo que pudiera ocurrir en el trayecto. Para llegar tuvimos que meternos por un camino de tierra poco transcurrido, roto y con cuestas de lodo, que a primera instancia, ni aseguraban el posible retorno. En realidad ni sabíamos que esperar de lo que habría allá abajo, pero comoquiera nuestras expectativas jamás hubieran adivinado lo que de sorpresa allí encontramos. Para nuestro asombro, ya habían habitantes en la playa viviendo en casetas de campaña, pero además ocupaban toda la costa de la ensenada. Habían tanques de gas, estufas, cisternas de agua potable, letrinas, barbacoas, carpas, mesas, sillas, hamacas, neveras de hielo, canastas de basura separadas para el reciclaje, lámparas, equipos de pesca, kayacs, etc. Todo bien organizado, recogido y puesto en su sitio. A siemple vista  parecía aquello un campamento de gitanos bien instaurado en la costa del sur de Culebra.





Un poco intimidados por la sensación de sentirnos intrusos dentro de una comunidad a la que aún desconocíamos, estacionamos el carro en silencio, así evitando molestar al que tomaba la siesta en su hamaca. Enseguida nos topamos con un muchacho que cordialmente nos recibió con un saludo. Nos explicó brevemente de qué se trataba la ocupación del campamento en la playa, confirmándonos que no habría ningún problema con nuestra presencia allí. Reiteraba además en que estábamos bienvenidos a aprovechar de las facilidades que el campamento le ofrecía al visitante.


Resulta que aproximadamente un año antes, el pescador Don Luis, conocido en la isla por todos como Chande, decidió establecerse en la playa de Dátiles, tanto por protegerla en reclamación por los pecadores locales, como también por aislamiento personal a partir de una trágica peripecia familiar en su vida. Allí lo conocimos y nos habló de su causa comunitaria y ecológica ante la defensa del territorio que se encuentra en planificación del desarrollo turístico. Nos comunicó como su protesta ante la privatización de la playa era de una manifestación inclusiva, resistiendo y persistiendo con el apoyo de muchos que se preocupan por jamás perder el acceso público a este lugar tan especial para la pesca. Decía que allí todos defendían la playa ante el desarrollo turístico en el litoral, no solo por qué obras de esa índole privatizan, sino también porque impactan negativamente el ecosistema marino del que los pescadores dependen para sobrevivir en la isla. Escucharlo hablar de todo esto era sencillo para cualquiera comprender como su reclamo por la playa era una lucha justa y necesaria para la comunidad local, puesto que irrumpir contra la agenda de privatización y desarrollo costero, además era frenar con la agenda de interés capital que sólo beneficiaría una clase social a la que los pescadores humildes jamás pertenecerían.


Según Chande, contaban con la aprobación del municipio para ocupar la playa. Decía que había conseguido ese permiso porque se comprometía a compartirla con quienes la visitaran, nunca importando el estrato social al que perteneciera el destinatario, ni su lugar de procedencia. Aquí los pescadores desamparados, sin casa, sin dinero para pagar alojamiento o que navegaban entre islas pescando sin descanso, encontrarían siempre un aposento gratis para pernoctar, recuperar del viaje y partir en su travesía.


Todo esto nos pareció un escenario interesantísimo para exponerle al público interesado en el evento artístico que transcurría por la isla lejos del campamento de resistencia en Dátiles. Con Chande conocimos la historia de la playa, pescamos, cocinamos la pesca juntos y compartimos la comida proponiéndole ideas para dar a conocer su reclamo por el territorio. El viejo, súper simpático y hospitalario, nos contó de su visión con el campamento y de lo mucho que apreciaba, especialmente en esta nueva etapa de su vida, la hermandad, la compañía y la solidaridad frente a la protección del medio ambiente. Se reía de cómo le llaman a su campamento de chiste el Chupi Camp, pero también lamentaba lo poco que la gente comprendía su causa ecológica en el sitio y su valiente aportación ante la conservación del entorno natural donde se ubica.


Ambos quedamos locos con el paisaje, con el campamento y con el personaje que guardaba la playa, por lo que decidimos exaltar el entusiasmo por la defensa del territorio con la creación de un emblema escultórico, uno que vislumbrara sobre el asunto ignorado por el turismo en la isla. Visualizábamos un punto de referencia erigido en el mar, pero mirando hacia la tierra con un fuerte sentido de pertenencia ante el territorio. Un punto de encuentro que además fijara en el emplazamiento lo que representaba la ocupación de la playa para el campamento de Chande. Curiosamente, los documentos históricos de Culebra relatan la explotación de este arrecife con la extracción del carricoche en la confección de cal para los trabajo de mampostería en la isla.


Al día siguiente regresamos a la playa de Dátiles con la voluntad y el plan de levantar un Campamento Coralino dentro del mar. Ya teníamos el emplazamiento escogido y la idea de cómo ejecutar la obra minimizando nuestra huella de impacto nocivo sobre el medio ambiente. Por el blanqueamiento de los arrecifes debido el calentamiento global y el desprendimiento del fondo submarino a causa de la actividad humana, las corrientes marinas habían formado un depósito de materia inerte frente a la ensenada de Dátiles. Una especie de barrera encerraba la ensenada protegiendo a su vez la playa del oleaje y las corrientes. Lo que nos gustó de ese sitio dentro del mar fue lo sugerente que podía ser como isla y a la vez barrera geológica, así implicándose en el propio concepto de lo que representa un campamento de resistencia. Ese banco blanqueado de corales muertos, en su función natural, también estaba vivo y activo, servía de frente protectora contra los efectos de la erosión costera. Como esta barrera inerte protege la costa del oleaje y además brota sobre la superficie del agua cuando seca la marea, se nos ocurrió configurarla en una especie isla con  forma de útero. Algo que hablara del albergue, de la protección, de la resistencia y del acto de emerger insulado con un reclamo vulnerable ante las inclemencias de tiempo.


Un día completo sin descansar le dedicamos a la construcción de la obra, así arreglando el depósito de los corales muertos con el uso solamente de nuestra propia fuerza para cargar cada pedazo del coral desprendido y ponerlo uno encima del otro. Todo lo trabajamos allá fuera, dentro del mar y bajo el sol ardiente del Caribe. Poco a poco empezaba a llegar la gente al campamento, regando la voz para contarles a otros lo que hacíamos en la playa. Chande, contento con la inusitada visita de tanta gente nueva, compartía la barbacoa, las hamacas, las sillas y los kayacs con todo el que llegara interesando en conocer del sitio. Animaba a los espectadores a que se montaran en sus kayacs para visitarnos en el arrecife y ofrecernos alimentos o bebidas mientras trabajábamos. Lo que queríamos lograr del banco de corales muertos era una transformación física sutil, aunque también una conceptualmente contundente con el contexto histórico del carricoche. Una obra en donde penetráramos al medio y pensáramos en el umbral de un eterno retorno al vientre materno de la tierra. Fantaseábamos con hacer de la intervención un lugar de estar, de reflexionar ante el medio ambiente, un sitio en donde el espectador pudiera llegar a contemplar la playa desde el mar y guarecerte del sol bajo el emblema de la resistencia contra la privatización de un paisaje que a todos nos pertenece. Cuando la marea subía, también los peces pequeños buscaban alojamiento en el interior de la obra, permitiéndole a los pescadores con la perfecta emboscada para atrapar sus carnadas. No obstante, cuando secaba totalmente la marea, también se convertía aquello en un islote perfecto para hacer un fuego protegido del viento. Cocinábamos la pesca fresca en una barbacoa dentro de la obra y nos echábamos unas risas con las historias de pesca que nos contaba Chande. Más y más se reunía la gente frente a ella a descubrir una experiencia estética inmersa en el mar y en contacto directo con el medio.


Apenas terminamos de construir la obra cuando se empezaba a poner el sol. Esa misma noche de luna llena inauguramos el Campamento Coralino, aprovechando la marea seca para encenderle adentro una fogata bajo las estrellas. Aquello en la oscuridad parecía un volcán con su poder insular; con el fuego bajo el plenilunio celebraba lo insólito de ser isla como objeto de contemplación y escape de energía tectónica. Lo interesante de esta obra ya no estaba tanto en la pregunta de cuánto tiempo podría durar, sino en ver cuantas veces persistiría ante el derrumbe con sus reconstrucciones, pues cada vez que se nos derrumbaba, se recomponía en una estructura aun más fuerte.


Hasta el día de hoy, y aunque el mar muchas veces le ha reclamado su forma, todavía hay quienes visitan el Campamento Coralino para volverlo a restaurar. Lamentablemente, dos años después con exactitud y luego de las elecciones del 2016, el municipio mandó una brigada para remover el campamento de Chande. Lo obligaron evacuar, rotularon el camino e instalaron facilidades de picnic en la orilla. Ya no hay campamento de resistencia en Dátiles, ni un guardián del Monumento Coralino. A veces Chande regresa caminando a la playa porque reconoce que ese es su sitio y llega para ocuparla solamente con su presciencia, pero eventualmente se tiene que regresar. Sin embargo, todavía allí está la obra en idea, su forma se transformó por la aportación de tantos que la intentaron restaurar hasta que el huracán María la arrasó completamente. Encontrarla todavía erguida en los recuerdos de quienes la atestiguaron nos hace pensar en aquellos emblemas que también desafían su desaparición por lo que significan para otros y no tanto por lo que constituyen estructuralmente como objetos de permanecía. Ahora nos damos cuenta como algunas de estas ideas atemporales logran su eterna vigencia gracias a una fuerza común que nutre su poder de resistencia: mientras sigan haciendo frente por la causa justa de muchos, nunca se rendirán ante lo que representen para todos. El verdadero monumento emblema no tiene que ver nada con su escala o durabilidad, sino que existe en la complacencia de la memoria colectiva. El poder de la imagen perdura con la capacidad de simbolizar a lo largo del tiempo, lo que todos reclamemos nuestro por un sentido de pertenencia.



viernes, 2 de diciembre de 2016

Perigeo


Estas fotografías corresponden a la documentación que realizamos en la playa de La Finca La Esperanza en Manatí, Puerto Rico durante la última súper luna del 2014. Esta súper luna llena coincidió con la época de la cobada que anticipamos con el propósito de ejecutar esta intervención ecológica. El proyecto trató de una devolución de los caracoles que han sido ilícitamente extraídos de las playas de Puerto Rico por la pesca clandestina del Burgao, pero sobre todo, con el motivo de reinsertarlos nuevamente en el ecosistema al que pertenecen, así recuperándoles su función biológica como refugio para el cangrejo ermitaño.


Para realizar el proyecto, recolectamos miles de caracoles vacios y desechados por los pescadores que extraen el molusco, aún cuando esta en veda. Limpiamos los caracoles, los organizamos en orden de tamaño y los instalamos en la forma circular de un diseño alusivo, tanto a la estructura en espiral del propio caracol, como también a la fase de luna que guía al cangrejo ermitaño en la noche durante la época de la cobada. Es lamentable lo que sucede con esta pesca vedada, puesto que cuando se practica con negligencia, impacta el ecosistema negativamente, haciendo mermar este recurso para los cangrejos ermitaños que dependen del caracol para sobrevivir. Los pescadores extraen el molusco ilegalmente y sin conciencia de cómo agotan los recursos marinos hasta para ellos mismos, luego los desechan en la basura para desaparecer las evidencias de su práctica clandestina. La carencia de caracoles en las playas ha repercutido con la consecuencia de que los cangrejos ermitaños, quienes no producen su propio caracol, ya no encuentren los necesarios para sobrevivir. Chapas, tapas, casquillos de balas, jeringuillas usadas, huesos y un sinnúmero de objetos plásticos se han convertido en sus hogares provisionales. La gran mayoría de la población muere debido a que nunca encuentra las condiciones óptimas para sobrevivir en el remedio de estos objetos plásticos. Nuestra aportación es devolver los caracoles extraídos a donde corresponden, así creando un intercambio directo con los cangrejos ermitaños: les regresamos los caracoles que necesitan, y ellos, recíprocamente, nos entregan la basura que han tenido que habitar por desesperación.



jueves, 29 de septiembre de 2016

Nicho Epífito


La obra, Nicho Epífito, queda ubicada en el jardín del Museo de Arte Contemporaneo de Puerto Rico. La comisión se realizó con el motivo de conmemorar el 30 aniversario del museo. Para esto, ambos decidimos proponer un proyecto de intervención efímera que, sinuosamente, reflexionara acerca del nido, en su amplia definición, como metáfora propia del servicio cultural al que la institución se ha ofrecido desde su origen. No cabe duda que el MAC le ha brindado vitalidad a la comunidad Santurcina en donde se encuentra y diversidad a la plataforma artística del país, funcionando a su vez como laboratorio de germinación profesional para muchos creadores o gestores culturales del patio. Por tal razón, quisimos sembrar en el jardín del museo una obra conmemorativa que reflexionara acerca del nicho ecológico de las aves, no solo como símbolo del hogar para la libertad del conocimiento creativo, sino también como metáfora misma de la propia naturaleza sociocultural que ha caracterizado a la institución museística por tantos años.
El concepto del nicho ecológico en el campo de la biología se refiere a la función que ejerce un ser vivo en relación a su entorno. Esa alteración del hábitat que ha sido efectuada por el comportamiento de supervivencia en cualquier especie, se denomina como “construcción del nicho”. No obstante, aquellos recursos naturales utilizados para los propósitos de una especie, siempre pudieran mermar frente a la existencia de otras que también dependen de los mismos recursos. En esta situación de interferencia se obligan a solapar los nichos individuales bajo una competencia interespecífica entre diferentes especies. Pudiéramos observar que el fenómeno del nicho es muy extendido por todo el reino animal, incluyendo a los seres humanos. Las represas construidas por castores, las telas de las arañas, los nidos de las aves, los panales de abeja y los hormigueros son algunos ejemplos de las construcciones de nichos más comunes. Nosotros, como artistas, aprendemos de estas estructuras y dejamos manifestar nuestra intuición animal de construcción en el proceso creativo, así logrando una obra que exprese el comportamiento del nicho en relación a la actividad humana.


Estas estructuras parecen nidos porque reflexionan acerca de estos conceptos mencionados y se cuestionan cómo las personas de igual forma modifican el paisaje en nombre de la cultura. Estos nidos son diseños tributarios de la naturaleza y símbolos de la fecundación en representación de un mundo cíclico que debe regenerarse sin pausa. Queremos hacer obras que mantenga una relación directa con la realidad biológica del territorio natural que habitamos y que nos permitan extrapolar conceptos sobre la competencia interespecífica que todo individuo necesita superar para sobrevivir en el ecosistema. Con esta obra, pretendemos evocar en el espectador temas acerca de la sustentabilidad y cómo pudiéramos maximizar el uso de los recursos naturales para desenvolvernos mediante un nuevo hábito de coexistencia respetuosa con el medio ambiente.


Hay que entender que los jardines urbanos no son solamente espacios arquitectónicos destinados para la recreación de las personas que lo visitan, también sirven, en su naturaleza, como albergues para cobijar una biodiversidad de aves y otros animales que han quedado desamparados por el desarrollo del entramado urbano. Después de todo, esa consideración por la vida animal también favorece nuestro propio bien estar en el jardín y hace atractiva la visita de personas queriendo recrearse en un ambiente que intenta asemejarse más a los parajes naturales que tanto nos producen admiración.


No obstante, los pájaros difícilmente habitan nidos que no hayan sido construidos por ellos mismo, por lo que tomó un tiempo en lo que adaptaran su forma en utilidad, sin embargo, considerar la actividad animal para utilidad de la obra, de por sí, ya es asumir desde el comienzo una constructiva actitud de aceptación por lo que se transforma mediante el fenómeno natural. Nos gusta pensar que en el proceso de construir estos nidos también meditábamos en el vuelo liviano de las aves con que el paisaje mismo se recoge en la forma de un refugio delicado. El transcurso de ejecutar la obra fue principalmente una acción intuitiva de identificarse con la situación de cualquier ave preparándose para el deber de ponerle al mundo sus nuevas criaturas. En nuestro caso, lo que “poníamos en nido” era más bien ese modelo de interacción equilibrada con el entorno durante el proceso de producción artística, propiciando así una mirada de empatía hacia otras especies que también deberían aprovechar de nuestras prácticas creativas en el paisaje. Habitaran la obra o no, comoquiera estas piezas tendrían su función cultural como objeto de contemplación y discusión ecológica.


Vigas antiguas de ausubo sirven de soporte para cada uno de los nidos epífitos. Estas maderas viejas quedan hincadas en la tierra, sembradas en la grama del jardín como mástiles primitivos de nuestra historia añejada. Hace más de cien años atrás se construyeron artesanalmente estas vigas que aprovechamos para la construcción de la obra. Con ellas se estructuró el edificio de una antigua tabacalera ya demolida. Los retazos sobrantes de la demolición fueron rescatados y reciclados para la construcción de nuestra instalación. Las vigas viejas y deterioradas registran en su apariencia el paso del tiempo y sugieren su pretérita utilidad que tanto aporta a la estética de la obra. Este aspecto histórico quisiéramos conservarlo haciendo de su uso en la actualidad una evidencia vigente del pasado. La madera no necesitará ningún tratamiento, puesto que ya fue curada con técnicas naturales de antaño. Hasta el día de hoy ha demostrado su resistencia ante las inclemencias del tiempo y el desgaste, sobreviviendo décadas de utilidad sin que las termitas la acabaran. Nunca le dará polilla ni comején debido a su extrema dureza. Una de las características propias de la madera del Ausubo, que hace de su materia un recurso predilecto para la construcción, es precisamente la dureza. En tiempos pasados esta especie endémica llego a convertirse en recurso codiciado por los españoles para la construcción de su embarcaciones y estructuras arquitectónicas coloniales. Hoy día pertenecen al listado de especie nativas protegidas en el país.


Para estructurar el esqueleto rígido de los nidos utilizamos una rejilla metálica de alambre galvanizado que resiste la oxidación intempérica que corroe los metales. Este recurso fue rescatado de la basura en perfectas condiciones, desperdiciado y desechado una vez cumplió su propósito provisional como jaula de gallinas. Con este material fortuito le dimos forma esférica a cada uno de los nidos, consiguiendo que fueran livianos y huecos por dentro. Una vez adaptada su forma a las medidas de la viga, empezamos a adherirle el tejido orgánico que recubriría el esqueleto metálico con vegetación.



El recubrimiento entero de la rejilla lo conseguimos con el empleo de una planta epífita conocida popularmente como el clavel del aire. Esta planta endémica es una especie de bromelia perteneciente a la familia de las Tillandsias. Su nombre científico, Tillandsia recurvata, la define como una planta que solamente requiere el apoyo físico para vivir. No es una planta parasítica como erróneamente muchos creen, puesto que nunca se nutre de su huésped, en donde encuentra el apoyo físico que requiere, sino que, suspendida en las ramas de otros árboles, recibe sus nutrientes de la lluvia, el polvo y otras partículas aéreas que recolecta con sus barbas. Sobrevive perfectamente del aire en condiciones húmedas y no se limita únicamente a las ramas de los árboles, sino a cualquier cosa donde logre enredarse. Pueden proliferar en postes, cables, alambres, rejas, vigas, varillas, portones, etc.


Una vez ensamblado, le clavamos estacas quemadas al cuello de las vigas, justo debajo de los nidos. Solamente un puñal quedó clavado en una de las vigas. Su propósito no era sólo que los pájaros encontraran en los mangos sobresalientes sitios para ponerse, sino además con esto queríamos hacer referencia a la leyenda detrás del “Clavel del aire”. En resumen, cuenta la leyenda que un oficial Español se enamora con obsesión de una indiecita que le huye trepándose en un árbol. Como la indiecita no quiere bajar a amarlo, éste la amenaza con un puñal. Por ella no entregarse, decide tirarle el puñal que queda clavado en su pecho. Esto la hace caer como un pájaro muerto entre su brazos, pero no sin primero salpicar su sangre en las ramas del árbol donde se había trepado. De la sangre salpicada en la ramas del árbol germina esta Tillandsia. Según la leyenda, este es el origen del “Clavel del aire” y la explicación de por qué además es una planta epífita.


Para nosotros las construcciones de los animales inspiran sensación de intriga por la vida. Nos producen gran admiración porque consiguen despertarnos la curiosidad por la inteligencia animal. Aunque nos  influencian mucho el diseño, nunca intentamos imitar las apariencias exactas de estas estructuras naturales en el momento de crear nuestras obras. Más nos estimula esa sensación propia del asombro que nos provoca la aparición de estas estructuras sofisticadas, creadas por otras especies, cuando nos encontramos con ellas en el paisaje. Cada vez más intencionado queremos hacer obras de arte que no parezcan creadas por personas, pero que a su vez manifiesten con su talante una sensibilidad natural por el detalle, evidenciando la inteligencia innata de la vida por la utilidad para supervivir.