En aquel entonces todavía ni existía rotulación de cómo se llamaba la playa ni por dónde se accedía, pero tampoco nos quedaba de otra más que explorar el camino a la aventura de lo que pudiera ocurrir en el trayecto. Para llegar tuvimos que meternos por un camino de tierra poco transcurrido, roto y con cuestas de lodo, que a primera instancia, ni aseguraban el posible retorno. En realidad ni sabíamos que esperar de lo que habría allá abajo, pero comoquiera nuestras expectativas jamás hubieran adivinado lo que de sorpresa allí encontramos. Para nuestro asombro, ya habían habitantes en la playa viviendo en casetas de campaña, pero además ocupaban toda la costa de la ensenada. Habían tanques de gas, estufas, cisternas de agua potable, letrinas, barbacoas, carpas, mesas, sillas, hamacas, neveras de hielo, canastas de basura separadas para el reciclaje, lámparas, equipos de pesca, kayacs, etc. Todo bien organizado, recogido y puesto en su sitio. A siemple vista parecía aquello un campamento de gitanos bien instaurado en la costa del sur de Culebra.
Un poco intimidados por la sensación de sentirnos intrusos dentro de una comunidad a la que aún desconocíamos, estacionamos el carro en silencio, así evitando molestar al que tomaba la siesta en su hamaca. Enseguida nos topamos con un muchacho que cordialmente nos recibió con un saludo. Nos explicó brevemente de qué se trataba la ocupación del campamento en la playa, confirmándonos que no habría ningún problema con nuestra presencia allí. Reiteraba además en que estábamos bienvenidos a aprovechar de las facilidades que el campamento le ofrecía al visitante.
Resulta que aproximadamente un año antes, el pescador Don Luis, conocido en la isla por todos como Chande, decidió establecerse en la playa de Dátiles, tanto por protegerla en reclamación por los pecadores locales, como también por aislamiento personal a partir de una trágica peripecia familiar en su vida. Allí lo conocimos y nos habló de su causa comunitaria y ecológica ante la defensa del territorio que se encuentra en planificación del desarrollo turístico. Nos comunicó como su protesta ante la privatización de la playa era de una manifestación inclusiva, resistiendo y persistiendo con el apoyo de muchos que se preocupan por jamás perder el acceso público a este lugar tan especial para la pesca. Decía que allí todos defendían la playa ante el desarrollo turístico en el litoral, no solo por qué obras de esa índole privatizan, sino también porque impactan negativamente el ecosistema marino del que los pescadores dependen para sobrevivir en la isla. Escucharlo hablar de todo esto era sencillo para cualquiera comprender como su reclamo por la playa era una lucha justa y necesaria para la comunidad local, puesto que irrumpir contra la agenda de privatización y desarrollo costero, además era frenar con la agenda de interés capital que sólo beneficiaría una clase social a la que los pescadores humildes jamás pertenecerían.
Según Chande, contaban con la aprobación del municipio para ocupar la playa. Decía que había conseguido ese permiso porque se comprometía a compartirla con quienes la visitaran, nunca importando el estrato social al que perteneciera el destinatario, ni su lugar de procedencia. Aquí los pescadores desamparados, sin casa, sin dinero para pagar alojamiento o que navegaban entre islas pescando sin descanso, encontrarían siempre un aposento gratis para pernoctar, recuperar del viaje y partir en su travesía.
Todo esto nos pareció un escenario interesantísimo para exponerle al público interesado en el evento artístico que transcurría por la isla lejos del campamento de resistencia en Dátiles. Con Chande conocimos la historia de la playa, pescamos, cocinamos la pesca juntos y compartimos la comida proponiéndole ideas para dar a conocer su reclamo por el territorio. El viejo, súper simpático y hospitalario, nos contó de su visión con el campamento y de lo mucho que apreciaba, especialmente en esta nueva etapa de su vida, la hermandad, la compañía y la solidaridad frente a la protección del medio ambiente. Se reía de cómo le llaman a su campamento de chiste el Chupi Camp, pero también lamentaba lo poco que la gente comprendía su causa ecológica en el sitio y su valiente aportación ante la conservación del entorno natural donde se ubica.
Ambos quedamos locos con el paisaje, con el campamento y con el personaje que guardaba la playa, por lo que decidimos exaltar el entusiasmo por la defensa del territorio con la creación de un emblema escultórico, uno que vislumbrara sobre el asunto ignorado por el turismo en la isla. Visualizábamos un punto de referencia erigido en el mar, pero mirando hacia la tierra con un fuerte sentido de pertenencia ante el territorio. Un punto de encuentro que además fijara en el emplazamiento lo que representaba la ocupación de la playa para el campamento de Chande. Curiosamente, los documentos históricos de Culebra relatan la explotación de este arrecife con la extracción del carricoche en la confección de cal para los trabajo de mampostería en la isla.
Al día siguiente regresamos a la playa de Dátiles con la voluntad y el plan de levantar un Campamento Coralino dentro del mar. Ya teníamos el emplazamiento escogido y la idea de cómo ejecutar la obra minimizando nuestra huella de impacto nocivo sobre el medio ambiente.
Por el blanqueamiento de los arrecifes debido el calentamiento global y el desprendimiento del fondo submarino a causa de la actividad humana, las corrientes marinas habían formado un depósito de materia inerte frente a la ensenada de Dátiles. Una especie de barrera encerraba la ensenada protegiendo a su vez la playa del oleaje y las corrientes. Lo que nos gustó de ese sitio dentro del mar fue lo sugerente que podía ser como isla y a la vez barrera geológica, así implicándose en el propio concepto de lo que representa un campamento de resistencia. Ese banco blanqueado de corales muertos, en su función natural, también estaba vivo y activo, servía de frente protectora contra los efectos de la erosión costera.
Como esta barrera inerte protege la costa del oleaje y además brota sobre la superficie del agua cuando seca la marea, se nos ocurrió configurarla en una especie isla con forma de útero. Algo que hablara del albergue, de la protección, de la resistencia y del acto de emerger insulado con un reclamo vulnerable ante las inclemencias de tiempo.
Un día completo sin descansar le dedicamos a la construcción de la obra, así arreglando el depósito de los corales muertos con el uso solamente de nuestra propia fuerza para cargar cada pedazo del coral desprendido y ponerlo uno encima del otro. Todo lo trabajamos allá fuera, dentro del mar y bajo el sol ardiente del Caribe.
Poco a poco empezaba a llegar la gente al campamento, regando la voz para contarles a otros lo que hacíamos en la playa. Chande, contento con la inusitada visita de tanta gente nueva, compartía la barbacoa, las hamacas, las sillas y los kayacs con todo el que llegara interesando en conocer del sitio. Animaba a los espectadores a que se montaran en sus kayacs para visitarnos en el arrecife y ofrecernos alimentos o bebidas mientras trabajábamos. Lo que queríamos lograr del banco de corales muertos era una transformación física sutil, aunque también una conceptualmente contundente con el contexto histórico del carricoche. Una obra en donde penetráramos al medio y pensáramos en el umbral de un eterno retorno al vientre materno de la tierra. Fantaseábamos con hacer de la intervención un lugar de estar, de reflexionar ante el medio ambiente, un sitio en donde el espectador pudiera llegar a contemplar la playa desde el mar y guarecerte del sol bajo el emblema de la resistencia contra la privatización de un paisaje que a todos nos pertenece.
Cuando la marea subía, también los peces pequeños buscaban alojamiento en el interior de la obra, permitiéndole a los pescadores con la perfecta emboscada para atrapar sus carnadas. No obstante, cuando secaba totalmente la marea, también se convertía aquello en un islote perfecto para hacer un fuego protegido del viento. Cocinábamos la pesca fresca en una barbacoa dentro de la obra y nos echábamos unas risas con las historias de pesca que nos contaba Chande. Más y más se reunía la gente frente a ella a descubrir una experiencia estética inmersa en el mar y en contacto directo con el medio.
Apenas terminamos de construir la obra cuando se empezaba a poner el sol. Esa misma noche de luna llena inauguramos el Campamento Coralino, aprovechando la marea seca para encenderle adentro una fogata bajo las estrellas. Aquello en la oscuridad parecía un volcán con su poder insular; con el fuego bajo el plenilunio celebraba lo insólito de ser isla como objeto de contemplación y escape de energía tectónica. Lo interesante de esta obra ya no estaba tanto en la pregunta de cuánto tiempo podría durar, sino en ver cuantas veces persistiría ante el derrumbe con sus reconstrucciones, pues cada vez que se nos derrumbaba, se recomponía en una estructura aun más fuerte.
Hasta el día de hoy, y aunque el mar muchas veces le ha reclamado su forma, todavía hay quienes visitan el Campamento Coralino para volverlo a restaurar. Lamentablemente, dos años después con exactitud y luego de las elecciones del 2016, el municipio mandó una brigada para remover el campamento de Chande. Lo obligaron evacuar, rotularon el camino e instalaron facilidades de picnic en la orilla. Ya no hay campamento de resistencia en Dátiles, ni un guardián del Monumento Coralino. A veces Chande regresa caminando a la playa porque reconoce que ese es su sitio y llega para ocuparla solamente con su presciencia, pero eventualmente se tiene que regresar. Sin embargo, todavía allí está la obra en idea, su forma se transformó por la aportación de tantos que la intentaron restaurar hasta que el huracán María la arrasó completamente. Encontrarla todavía erguida en los recuerdos de quienes la atestiguaron nos hace pensar en aquellos emblemas que también desafían su desaparición por lo que significan para otros y no tanto por lo que constituyen estructuralmente como objetos de permanecía. Ahora nos damos cuenta como algunas de estas ideas atemporales logran su eterna vigencia gracias a una fuerza común que nutre su poder de resistencia: mientras sigan haciendo frente por la causa justa de muchos, nunca se rendirán ante lo que representen para todos. El verdadero monumento emblema no tiene que ver nada con su escala o durabilidad, sino que existe en la complacencia de la memoria colectiva. El poder de la imagen perdura con la capacidad de simbolizar a lo largo del tiempo, lo que todos reclamemos nuestro por un sentido de pertenencia.