jueves, 29 de septiembre de 2016

Nicho Epífito


La obra, Nicho Epífito, queda ubicada en el jardín del Museo de Arte Contemporaneo de Puerto Rico. La comisión se realizó con el motivo de conmemorar el 30 aniversario del museo. Para esto, ambos decidimos proponer un proyecto de intervención efímera que, sinuosamente, reflexionara acerca del nido, en su amplia definición, como metáfora propia del servicio cultural al que la institución se ha ofrecido desde su origen. No cabe duda que el MAC le ha brindado vitalidad a la comunidad Santurcina en donde se encuentra y diversidad a la plataforma artística del país, funcionando a su vez como laboratorio de germinación profesional para muchos creadores o gestores culturales del patio. Por tal razón, quisimos sembrar en el jardín del museo una obra conmemorativa que reflexionara acerca del nicho ecológico de las aves, no solo como símbolo del hogar para la libertad del conocimiento creativo, sino también como metáfora misma de la propia naturaleza sociocultural que ha caracterizado a la institución museística por tantos años.
El concepto del nicho ecológico en el campo de la biología se refiere a la función que ejerce un ser vivo en relación a su entorno. Esa alteración del hábitat que ha sido efectuada por el comportamiento de supervivencia en cualquier especie, se denomina como “construcción del nicho”. No obstante, aquellos recursos naturales utilizados para los propósitos de una especie, siempre pudieran mermar frente a la existencia de otras que también dependen de los mismos recursos. En esta situación de interferencia se obligan a solapar los nichos individuales bajo una competencia interespecífica entre diferentes especies. Pudiéramos observar que el fenómeno del nicho es muy extendido por todo el reino animal, incluyendo a los seres humanos. Las represas construidas por castores, las telas de las arañas, los nidos de las aves, los panales de abeja y los hormigueros son algunos ejemplos de las construcciones de nichos más comunes. Nosotros, como artistas, aprendemos de estas estructuras y dejamos manifestar nuestra intuición animal de construcción en el proceso creativo, así logrando una obra que exprese el comportamiento del nicho en relación a la actividad humana.


Estas estructuras parecen nidos porque reflexionan acerca de estos conceptos mencionados y se cuestionan cómo las personas de igual forma modifican el paisaje en nombre de la cultura. Estos nidos son diseños tributarios de la naturaleza y símbolos de la fecundación en representación de un mundo cíclico que debe regenerarse sin pausa. Queremos hacer obras que mantenga una relación directa con la realidad biológica del territorio natural que habitamos y que nos permitan extrapolar conceptos sobre la competencia interespecífica que todo individuo necesita superar para sobrevivir en el ecosistema. Con esta obra, pretendemos evocar en el espectador temas acerca de la sustentabilidad y cómo pudiéramos maximizar el uso de los recursos naturales para desenvolvernos mediante un nuevo hábito de coexistencia respetuosa con el medio ambiente.


Hay que entender que los jardines urbanos no son solamente espacios arquitectónicos destinados para la recreación de las personas que lo visitan, también sirven, en su naturaleza, como albergues para cobijar una biodiversidad de aves y otros animales que han quedado desamparados por el desarrollo del entramado urbano. Después de todo, esa consideración por la vida animal también favorece nuestro propio bien estar en el jardín y hace atractiva la visita de personas queriendo recrearse en un ambiente que intenta asemejarse más a los parajes naturales que tanto nos producen admiración.


No obstante, los pájaros difícilmente habitan nidos que no hayan sido construidos por ellos mismo, por lo que tomó un tiempo en lo que adaptaran su forma en utilidad, sin embargo, considerar la actividad animal para utilidad de la obra, de por sí, ya es asumir desde el comienzo una constructiva actitud de aceptación por lo que se transforma mediante el fenómeno natural. Nos gusta pensar que en el proceso de construir estos nidos también meditábamos en el vuelo liviano de las aves con que el paisaje mismo se recoge en la forma de un refugio delicado. El transcurso de ejecutar la obra fue principalmente una acción intuitiva de identificarse con la situación de cualquier ave preparándose para el deber de ponerle al mundo sus nuevas criaturas. En nuestro caso, lo que “poníamos en nido” era más bien ese modelo de interacción equilibrada con el entorno durante el proceso de producción artística, propiciando así una mirada de empatía hacia otras especies que también deberían aprovechar de nuestras prácticas creativas en el paisaje. Habitaran la obra o no, comoquiera estas piezas tendrían su función cultural como objeto de contemplación y discusión ecológica.


Vigas antiguas de ausubo sirven de soporte para cada uno de los nidos epífitos. Estas maderas viejas quedan hincadas en la tierra, sembradas en la grama del jardín como mástiles primitivos de nuestra historia añejada. Hace más de cien años atrás se construyeron artesanalmente estas vigas que aprovechamos para la construcción de la obra. Con ellas se estructuró el edificio de una antigua tabacalera ya demolida. Los retazos sobrantes de la demolición fueron rescatados y reciclados para la construcción de nuestra instalación. Las vigas viejas y deterioradas registran en su apariencia el paso del tiempo y sugieren su pretérita utilidad que tanto aporta a la estética de la obra. Este aspecto histórico quisiéramos conservarlo haciendo de su uso en la actualidad una evidencia vigente del pasado. La madera no necesitará ningún tratamiento, puesto que ya fue curada con técnicas naturales de antaño. Hasta el día de hoy ha demostrado su resistencia ante las inclemencias del tiempo y el desgaste, sobreviviendo décadas de utilidad sin que las termitas la acabaran. Nunca le dará polilla ni comején debido a su extrema dureza. Una de las características propias de la madera del Ausubo, que hace de su materia un recurso predilecto para la construcción, es precisamente la dureza. En tiempos pasados esta especie endémica llego a convertirse en recurso codiciado por los españoles para la construcción de su embarcaciones y estructuras arquitectónicas coloniales. Hoy día pertenecen al listado de especie nativas protegidas en el país.


Para estructurar el esqueleto rígido de los nidos utilizamos una rejilla metálica de alambre galvanizado que resiste la oxidación intempérica que corroe los metales. Este recurso fue rescatado de la basura en perfectas condiciones, desperdiciado y desechado una vez cumplió su propósito provisional como jaula de gallinas. Con este material fortuito le dimos forma esférica a cada uno de los nidos, consiguiendo que fueran livianos y huecos por dentro. Una vez adaptada su forma a las medidas de la viga, empezamos a adherirle el tejido orgánico que recubriría el esqueleto metálico con vegetación.



El recubrimiento entero de la rejilla lo conseguimos con el empleo de una planta epífita conocida popularmente como el clavel del aire. Esta planta endémica es una especie de bromelia perteneciente a la familia de las Tillandsias. Su nombre científico, Tillandsia recurvata, la define como una planta que solamente requiere el apoyo físico para vivir. No es una planta parasítica como erróneamente muchos creen, puesto que nunca se nutre de su huésped, en donde encuentra el apoyo físico que requiere, sino que, suspendida en las ramas de otros árboles, recibe sus nutrientes de la lluvia, el polvo y otras partículas aéreas que recolecta con sus barbas. Sobrevive perfectamente del aire en condiciones húmedas y no se limita únicamente a las ramas de los árboles, sino a cualquier cosa donde logre enredarse. Pueden proliferar en postes, cables, alambres, rejas, vigas, varillas, portones, etc.


Una vez ensamblado, le clavamos estacas quemadas al cuello de las vigas, justo debajo de los nidos. Solamente un puñal quedó clavado en una de las vigas. Su propósito no era sólo que los pájaros encontraran en los mangos sobresalientes sitios para ponerse, sino además con esto queríamos hacer referencia a la leyenda detrás del “Clavel del aire”. En resumen, cuenta la leyenda que un oficial Español se enamora con obsesión de una indiecita que le huye trepándose en un árbol. Como la indiecita no quiere bajar a amarlo, éste la amenaza con un puñal. Por ella no entregarse, decide tirarle el puñal que queda clavado en su pecho. Esto la hace caer como un pájaro muerto entre su brazos, pero no sin primero salpicar su sangre en las ramas del árbol donde se había trepado. De la sangre salpicada en la ramas del árbol germina esta Tillandsia. Según la leyenda, este es el origen del “Clavel del aire” y la explicación de por qué además es una planta epífita.


Para nosotros las construcciones de los animales inspiran sensación de intriga por la vida. Nos producen gran admiración porque consiguen despertarnos la curiosidad por la inteligencia animal. Aunque nos  influencian mucho el diseño, nunca intentamos imitar las apariencias exactas de estas estructuras naturales en el momento de crear nuestras obras. Más nos estimula esa sensación propia del asombro que nos provoca la aparición de estas estructuras sofisticadas, creadas por otras especies, cuando nos encontramos con ellas en el paisaje. Cada vez más intencionado queremos hacer obras de arte que no parezcan creadas por personas, pero que a su vez manifiesten con su talante una sensibilidad natural por el detalle, evidenciando la inteligencia innata de la vida por la utilidad para supervivir.


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