sábado, 14 de enero de 2012

Archipiélago


El proyecto se trata de una instalación de asfalto determinada para ubicarse dentro del estanque del jardín de Puerto Rico, en el Museo de Arte de Ponce. La obra, que ahora forma parte de la colección permanente del museo, y cuyas dimensiones alcanzan la altura de 18 pulgadas por 139 pulgadas de ancho y 144 pulgadas de largo, consiste de unas 168 piezas de asfalto, que en su conjunto, suman al peso neto de 1,530 libras y le determinan un precio inicial de $130, fluctuando constantemente según el mercado del aflato. La obra se instala en el jardín del museo el 19 de octubre del 2011, anticipando los preparativos para la gala veneciana que se celebró la noche del 22 de octubre. Esta actividad serviría además como apertura para inaugurar la exhibición Cuerpo Presente, curada por Arlette de la Serna. Para los propósitos de la fiesta, se montó una pista de baile transparente sobre el estanque donde yacería instalada la obra Archipiélago. Coincidentemente, la instalación también tendría coherencia con el tema de los canales de Venecia que se celebrarían como temática de la gala.



Durante la inauguración se mostraron las piezas iluminadas bajo un tope de cristal trasparente, permitiéndole al público caminar y bailar sobre el archipiélago de asfalto mientras se inauguraba. Al siguiente día removieron la pista de baile, desde entonces permanecen las piezas expuestas al aire libre como se había propuesto. Sería sólo durante la noche de gala, cuando el público tendría la oportunidad de aproximar la instalación desde una perspectiva superior tan cercana.


Comenzamos estudiando las dimensiones y proporciones del espacio que intervendríamos en el museo, tomando en consideración que la temática de la exhibición sería acerca del cuerpo. La pieza quedaría ubicada dentro del estanque del jardín de Puerto Rico, con las posibilidades de emerger gradualmente sobre la superficie del agua. El diseño de esta figuración alusiva al cuerpo humano debía habitar el espacio arquitectónico del jardín, pero en una sensación de comodidad espacial: procurábamos que la escala del cuerpo nunca comunicara la idea de un gigante en relación a las proporciones del estanque, en cambio, preferíamos que este cuerpo mejor hablara de una realidad insular, pequeña y acaparada entre la inmensidad de un océano.



Con estas ideas en mente procedimos a esbozar los estudios de su diseño, cuestionándonos, sobre todo, cómo la figuración del cuerpo podría sugerir el diálogo de nuestra huella humana en correspondencia con la formación de una isla. No sería sino oportuno el paso próximo de eventualmente esquematizar la figura humana, proponiéndola como su propio vestigio, que a la vez es vestimenta de ese cuerpo ausente; uno que aun habita el espacio arquitectónico que habría ocupado. Luego optamos por vaciar su centro y castrar la identidad de su género en el hueco interno de una existencia vacante.



Después de una larga investigación acerca de los posibles recursos con cuales pudiéramos construir la obra, encontramos la materia más coherente para entablar un diálogo relevante en relación a la idiosincrasia misma del emplazamiento escogido y el evento determinado. Debido a los principios éticos de nuestro arte en integridad con el medio ambiente, decidimos descartar la idea de sustraer del territorio natural para el propósito de la exhibición. Obviamente, no queríamos contar con los arrecifes que utilizamos para Sanes en Vieques, ni con la piedra herida que agreden las canteras cuando escavan en el paisaje, tampoco queríamos contar con un barro anónimo extraído para propósitos comerciales. La materia prima y los recursos de la tierra, en realidad, corresponden al territorio natural donde se ubican y no al continente de cualquier museo, por lo que escogimos una mejor alternativa para aproximar este dilema en cuestión.




Decidimos construir la instalación con asfalto reciclado; es decir que fuimos recolectando los escombros que sobraban de las construcciones de carreteras alrededor de toda la isla. Algunas de estas piezas no sólo las encontramos al borde de las carreteras, sino también desechadas en vertederos clandestinos, en las riberas de fuentes fluviales y en las orillas de las playas. Nos parece sumamente contundente el hecho de reutilizar estas lascas de cemento asfáltico para estructurar la huella antropocéntrica de nuestra relación con la tierra. Después de todo, el petróleo sería la materia prima que mejor define al ser humano de esta época, y pensar que estas piezas desechadas están compuestas de ese recurso natural tan preciado por el ser humano, sin duda alguna, le ofrecería al discurso de la obra su propio testimonio de veracidad ante el asunto. Además, hay algo sugerente de literalmente llevar la calle al museo, recogiendo el camino de paso y reciclando los desechos industriales de nuestro fenómeno humano cotidiano.


Nos entusiasma bastante la idea del equilibrio en cada una de las piezas que componen el cuerpo, parecen islas hipersensibles a los sismos de la tierra. De algún modo, saber que estos fragmentos artificiales pesan, que se sostienen erectos por su cuenta, que no están fijados al respectivo suelo que los soporta y que en su conjunto le otorgan al colectivo una sensación frágil de estabilidad, quiere hacerle culto a la vulnerabilidad misma del fenómeno humano en su relación con el medio ambiente.



Quisimos que el valor de la obra Archipiélago fuese directamente proporcional al precio del material en bruto que la compone. Este valor lo establece el mercado mismo del asfalto y fluctúa según el índice de su oferta y demanda. El propósito del precio determinado intenta siempre relacionar la obra con la vigencia económica de este recurso fabricado industrialmente para la pavimentación de carreteras. Por lo tanto, decidimos cotizar la obra calculando la cantidad total por peso que suman cada uno de los escombros que la componen. Como autores tenemos toda la intención de enfatizar, a través del precio, en el vigor cotidiano de la materia escogida para la producción de la obra; después de todo, ella conlleva en sí misma la implicación poética de su propio discurso conceptual. Quisimos, además, otorgarle a estos escombros desechados una validez utilitaria respaldada por un valor económico; de algún modo, pretendemos expresar nuestro resentimiento ante la negligencia de su desperdicio y abandono en el paisaje. El conjunto de estas piezas fue pesado hasta alcanzar la cifra total de su peso neto en 1,530 Libras. Actualmente el precio del asfalto se valora en $170 la tonelada, significa que la obra Archipiélago se inició, 7 de septiembre de 2011, con un valor oficial de $130 que estará en constante cambio según fluctúe en el mercado del asfalto. Para nosotros, sin duda alguna, es una evidente manera de satirizar el mercado del arte que estimula su designio consumista mediante la especulación de los objetos materiales que aprecian en contacto con los artistas. Aquí sucede todo lo opuesto.



Para comunicar con efectividad una idea cultural frente a las masas, siempre podemos acudir a los códigos populares de nuestro entorno urbano, y qué más público y accesible puede ser el mismo soporte de la calle que transitamos diariamente para interconectarnos, relacionarnos y comunicarnos con la totalidad de la isla. Es por eso que este archipiélago de piezas petrolíferas alude al desarrollo del entramado urbanístico, a las estructuras arquitectónicas, a las comunicaciones, a las interconexiones e interrelaciones de nuestra infraestructura social y su relación con la configuración del paisaje moderno que hemos transformado a favor del petróleo. La figuración antropomórfica de este diseño en asfalto es la respectiva huella del cuerpo humano habitando el espacio arquitectónico del museo, pero como un gran archipiélago pavimentado que se ancla en el estanque del jardín de Puerto Rico, plasmando el testimonio antropogénico de nuestra relación con la tierra.


En la documentación, tanto fílmica como fotográfica de la obra, contamos con la asistencia principal de Nina Méndez Martí, Oliver Bencosme y Pichón Duarte. Algunas de estas fotografías fueron capturadas por Nina en el momento de instalar la obra. Gracias al apoyo de Sea Grant, conseguimos la oportunidad de colaborar con Oliver y Pichón en la filmación de todo el procedimiento requerido para desarrollar, construir e instalar el proyecto Archipiélago, desde la calle, hasta el Museo de Arte de Ponce.

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