lunes, 2 de febrero de 2009

Dile a Simón...


Nos sentamos a descansar en un banco, pero con el propósito de estudiar la confluencia pública del vecindario, cuando inmediatamente redescubrimos el letrero que teníamos delante: una flecha para dirigir el tránsito apuntaba al cielo. Su fondo azul, con una flecha blanca punzante, puntiaguda, erguida con toda la fuerza que se requiere para desafiar las leyes físicas de la gravedad, espontáneamente nos incitaba una idea.


Con estos rótulos, el destinatario automáticamente reconoce que se encuentra transitando por una vía unidireccional; pues lógicamente no es posible volar hacia el cielo como realmente nos indica la flecha. De inmediato nos convencimos que algo debíamos expresar con ella. Al menos aspirábamos hacerla notar de otra manera, pensarla con su fuerza radiante contenida adentro y acumulándose para emanar erecta de sí misma, hacia arriba, con un disparo tajante en el cielo. Su potestad invitaba a reflexionar en la autoridad con que nos somete a los protocolos del movimiento en la cuidad y al procedimiento fluido que requieren los lugares reglamentados para practicar el tránsito continuo.

La realidad del entorno no permite convertir el letrero en un mero obstáculo dentro de la navegación pública, porque rotula la correspondencia de un sistema métrico uniformado como código de circulación para manejar la normalidad de las situaciones. Mientras recapacitamos acerca de la metodología del tránsito, con relación a nuestra conducta ambulatoria, y contrastábamos los impedimentos frente las posibilidades de intervención en el emplazamiento, a nuestro alcance llega una promoción del supermercado Consumo. No recordamos la oferta, mucho menos nos importó la propaganda; ni teníamos el más mínimo interés por leerla cuando descubrimos que el objeto se trataba de un imán intencionado como pizarra. El soporte de un designio publicitario ahora nos valía con las opciones prácticas. ¿Qué mejor material podríamos haber empleado para el discurso técnico de esta intervención, sin incidir en el vandalismo, ni en el consumo de materiales? Además, el imán adherido como parásito conceptual, desafiaba con sutileza la prepotencia que implican los rótulos direccionales, interfiriendo con el simbólico propósito normativo de dictar la construcción taxonómica de nuestro decreto civil.

Con unas tijeras que cargábamos en la maleta, comenzamos a recortar letras para componer la frase que habíamos acordado: “Dile a Simón que allá está el cielo”. Refiriéndonos a un juego que disfrutábamos en nuestra infancia. El juego simplemente consiste en elegir a un líder que pondrá reglas para seguir, siempre y cuando diga primero la frase: “Simon dice…” Los demás deben obedecer las instrucciones para ganar; aquel niño que haga todo lo que diga Simón, será premiado con la oportunidad de ser el líder en la próxima ronda.

Al cabo de los meses, descubrimos que algún desconocido errante había alterado el texto. Suponemos que debió haberse conmovido con el mensaje lo suficientemente como para preocuparse por investigarlo. Ciertamente quedó agradecido con la idea al descubrir que las letras adheridas se trataban de un imán; tanto así que dedicaría su tiempo para luego reformar el mensaje en un elogio. Reordenando las letras, el desconocido anónimo nos escribió: “ideal”, construyendo la palabra con las primeras letras que inmediatamente llegaban a su alcance (dile a). En fin resultó un gesto fenomenal, digno de ser exposición pública; pero cuando el mensaje permaneció ilegible por su transformación, poco a poco fueron despojándose las letras y restaurando el propósito normativo del letrero. Desde entonces no hay día que, caminando por la calle, nos topemos con el letrero sin verlo señalando hacia el cielo.

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