jueves, 13 de diciembre de 2018

Cardumen


En marzo del 2016 nos hospedamos en la residencia para artistas que ofrece la Galería del Agua dirigida por Rafaél Cáceres, en Altzayaca, Tlaxcala, México. El nombre de este municipio proviene del náhuatl "Azayancan" y éste, a su vez, de la palabra "Atl" que significa Agua, así como del vocablo "Tzayani", que se traduce como Rompe y, "Can", locativo de Lugar. Quiere decir que, Altzayanca, en lengua náhuatl, traduce como "Lugar donde se rompen las aguas". No obstante, debido a la huella del impacto humano, hoy día el pueblo sufre una carencia severa del propio recurso que origina su nombre. A partir de esta problemática nace la galería, cuyo objetivo cultural enfoca su esfuerzo en el manejo sostenible del agua, exhibiendo a su vez creadores que aporten conciencia en torno al agostamiento que amenaza la población de Tlaxcala. 



Excursiones por la región nos acercaron al contexto socio-político y medioambiental de las comunidades afectadas por la sequía, pero además nos permitieron experimentar de adentro el folclor de su gente durante la época de la pascua. Altzayanca, como muchos otros lugares de México, celebra su tradición gastronómica de cuaresma con el consumo de los Charales deshidratados (pescados pequeños de lago que se atrapan en cardúmenes con atarrayas). Durante la época de la primavera, cuándo también es temporada del pez para desovar, se acostumbra pescarlo y suplirlo desecado como alimento típico en todos los mercadillos callejeros del área. No obstante, para nosotros era una paradoja ver tanto pescado seco circulando entre las calles de un pueblo donde ya no corre el agua. De por sí, esta ironía nos brindaba con el concepto que buscábamos entre los productos del mercado. Enseguida compramos 3 kilos de Charales, pero para mejor elaborar imágenes que expresaran preocupación ante la sequía de los acuíferos que han desaparecido en la región. 


Nuestra fascinación por los Charales deshidratados oscilaba entre la época de su reproducción y su inverosímil devolución al territorio mismo donde antes existieron. Se nos ocurría que el emplazamiento idóneo para esta intervención necesitaba ser la Laguna Totolcingo de Tequexquitla, ya que alguna vez fue el hábitat de este pez. Debido al desarrollo de la industria agrícola entre los estados de Puebla y Tlaxcala, el gran manto acuífero fue poco a poco secando, hasta ya no poder sustentar la biodiversidad que abastecía en la zona. Hoy, la afluencia del agua es de un metro con cinco centímetros solamente, pero según la memoria de los antepasados, tuvo tres metros de profundidad extendiéndose 18 kilómetros cuadrados. Una de las causas de mayor impacto fue la construcción de la carretera México-Veracruz en el 1957. Su trayecto partió en dos el ecosistema acuático y marcó una cicatriz irreversible que aún continúa disminuyendo considerablemente la población de las aves que se alimentaban del Charal. La grulla coronada, el pato silvestre, el chundo, el pelícano y la gaviota son algunas de las aves que siguen desplazándose en busca de su alimento. Incluso, se ha visto cómo durante los meses de enero y febrero el lago seca en su totalidad, luciendo como un desierto donde mejor proliferan cactáceas, suculentas y arbustos de terrenos áridos. Es irónico pensar como este alimento tan codiciado en esta región ahora tiene que importarse de Veracruz por la misma carretera que sesgó la vida del Lago Totolcingo. 




Adentrándonos por los terreno áridos donde antes hubo agua, lo que encontramos fue un edén de espinas, un jardín diverso de cactáceas que en ese momento nos sirvieron de soporte para suspender cardúmenes de Charales en el aire. Uno a uno fuimos hincándolos en Nopales, Biznagas, Yuccas o cualquier otras especies con espinas que encontráramos en el emplazamiento. Cada Charal lo colocábamos de manera que perteneciera visualmente a la sincronía misma de su cardumen platinado en el desierto. Toda la mañana se la dedicamos al Lago Totolcingo, documentando la intervención con la cámara fotográfica y el cuaderno de dibujo. Curiosamente llegaron algunas aves a investigar el área en busca de alimento, sobre todo ya cuando abandonábamos el lugar con nuestras imágenes capturadas. Para nosotros, reintroducir Charales deshidratados al lago seco donde una vez nadaron libremente, era la ofrenda fúnebre de un aborto medioambiental, el rito de un eterno retorno hacia la escasez de los recursos naturales y el gesto absurdo de revertir la memoria ecológica del agua, en el recipiente vacío de un territorio ocupado por el cadaver del desierto.



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